Amanecer

Amanecer

domingo, 25 de junio de 2017



RENACER EN UNA SALA DE ESPERA




Y después del maravilloso vuelo, el aterrizaje.

Esta mañana pasé cuatro horas sentada en la sala de espera de un hospital. Una rodilla dolorida por un desgarro me empezaba a preocupar. La había forzado demasiado escalando una montaña durante mi viaje a Vietnam y no parecía mejorar. Después de unos días difíciles, con la sospecha ya de una lesión  importante, decidí que lo mejor era buscar el diagnóstico de un profesional. Lo que suelo evitar de mil maneras esta vez parecía necesario.

Una vez allí, rodeada de rostros sufrientes, me senté junto a mi compañero a esperar.

En seguida, mi mente entró a funcionar en piloto automático:
"¡Cuánto tardan en llamarme! ¡Qué mal funciona el sistema sanitario! ..."

En el panel iban sucediéndose las llamadas a otras personas que habían llegado después, y cada vez que sonaba un aviso para alguien (que no era yo) mi pequeña mente se impacientaba, generando tensión en mi cuerpo. A medida que pasaba el tiempo, observaba cómo los comentarios se recrudecían haciéndose ansiosos y repetitivos:
"¿Aún no me toca a mi? ¡Vaya domingo desperdiciado! ¡No tendría que haber venido!..."
El dolor de mi pierna también aumentaba, mientras buscaba cómo elevarla y estirarla difícilmente valiéndome de dos asientos.

En uno de estos momentos, en medio de esas voces agobiantes y cansinas que me contraían, algo me detuvo.

"¡Eh, despierta! Vuelve aquí!"
Se hizo el silencio en mi interior.

En un instante me di cuenta: Llevaba un rato perdida en mis pensamientos. Me había ido de este lugar, de este momento, buscando el siguiente, ése que mi mente creía que tenía que llegar para que, por fin, todo estuviese bien: el de la llamada a la consulta del médico. Y claro, según ella, como no llegaba, no podía estar en paz.

Sonreí en mis adentros. De nuevo la locura, de nuevo la evasión del presente tirando de mí con argumentos poderosos. Los mismos que, seguramente, se paseaban por las cabezas de muchos de los presentes en la sala.

Y ahí estaba, fresca y luminosa la invitación:
"¿Y si te quedas aquí? No existe otro momento más que éste, no lo desperdicies. Tu vida es ahora, con toda su riqueza disponible para ti, disfrazada de una situación aparentemente indeseable."

Aterricé, y esta vez, de verdad. Sentí el asiento que me sostenía y dejé que mi cuerpo se ablandara sobre él. Sintonicé con el ir y venir de mi aliento, que se había quedado algo retenido y lo sentí liberarse al espirar con suavidad. De un plumazo reparé en los sonidos que me rodeaban, el aire fresco que rozaba mi piel. La luz del sol de la mañana inundaba ya la sala acariciándolo todo. Volvía a mi hogar, al presente.

Un impulso de atención y hermandad se despertó en mi corazón hacia todos aquellos seres humanos cuya compañía la vida me estaba regalando. Algunos se sentaban cerca, otros pasaban en camillas o sillas de ruedas ante mi. Tantas expresiones de humanidad, tanta belleza que mi mente estaba desperdiciando, tanta vida allí, disponible que me estaba pasando de largo preocupada por una llamada que nunca se producía y que me salvaría de mi malestar.
Me dí cuenta con una claridad desconocida de lo egocéntrica que es la mente pequeñita, incapaz de mirar más allá de sus pequeños intereses.

Las posibilidades se abrían...Reparé en la hermosa posibilidad de compartir vida con mi compañero. Raras veces pasamos tanto rato juntos y me estaba yendo de su lado mentalmente, agobiada por la situación.
El agradecimiento que sentí instantáneamente por estar allí con él me hizo evocar tantas otras escenas de nuestra vida compartida en las que he contado con su apoyo incondicional y sereno.
Hablamos de ello, recordamos con aprecio situaciones valiosas que , a veces, quedan olvidadas.

Y, como suele suceder, cuando el agradecer se asoma, la consciencia se inundó de más y más motivos para honrar este momento que, por un rato, mi mente había considerado un
obstáculo para mi felicidad.

Al final, claro, me llamaron a consulta. Al levantarme del asiento mi pierna no me dolía. Había entrado en el hospital arrastrándola con pesar y ahora caminaba ligera al encuentro del médico. Incomprensible, pero cierto. 

Y, para culminar, su diagnóstico fue estupendo. Nada grave, nada de qué preocuparme seriamente. Un pequeño esguince que pronto estará curado.
Todos mis temores no habían hecho sino generar un sufrimiento innecesario sobre el dolor natural que sentía. La resistencia de mi mente, que no quería estar allí, había incrementado el malestar enormemente.

Salí del hospital renacida.







1 comentario:

ESPERANZA dijo...

Que sabia actuación. Vamos por la senda de la Conciencia . Un millón de abrazos con CORAZÓN.